viernes, octubre 10, 2008

a mi siempre me pasa eso.

Ponerse la ropa a la mañana significa, para muchas personas, un desafío amenazante. Muchos simplemente agarran lo primero que encuentran, combine o no, y a la carga.
Pero otros, nerviosos con su propia imagen y comodidad pasan largos ratos probándose las telas, revelándolas por todos lados, haciendo un mar de ropa por toda la habitación. Vacían los placards, abren los cajones, se prueban una remera con un jean, una camisa con unas bermudas, una pollera con una blusa. Pero nada queda bien, o nada es cómodo. Es un problema bastante serio para estos individuos, ya que llega un punto en el que se frustran mucho. Que la remera le queda chica, el pantalón grande, la pollera corta y la camisa no le combina. Que no se depiló, que no le gusta mostrar la panza, que es muy escotada, que no quiere que tenga mangas.
Pero finalmente, cuando estos individuos se calman, empiezan a pescar la prenda indicada en el mar de telas que generaron, la prenda perfecta para ese día, linda, cómoda, práctica. Y se sienten realizados.
Pero estos individuos, no tienen en cuenta que después llegará la peor batalla de todas: La de arreglarse el pelo.